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Anónimo
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Tan pronto como se destapó todo lo que Alejandro hizo, se revelaron a todas las amantes que tuvo entre las alumnas, se dejaron escuchar rumores. Quién sí, quién tal vez, quién tiene cara de que sí o de que no.
No había alumna ligeramente atractiva que no pasara por sospecha entre los últimos semestres. Pero una de las que confesó estuvo libre de cotilleos fue, justamente, Viviana.
Si bien fue parte de las confesiones, nadie se quiso enterar. Hizo oídos sordos la comunidad. Yo lo supe, de hecho, por Elizabeth. La profesora de redacción era confidente de muchas alumnas en temas personales. Novios, familia, hormonas. Ser adolescente y ser mujer, sin guía, es jodido.
Viviana era hija de médicos. Su papá es de la capital y su madre era de Sonora. Pelirroja natural, de ese cabello color jengibre. Una niña de casa, muy tierna y de modos un poco cursis. De curvas pronunciadas, unos senos medianos pero no por ello dejando de ser generosos. Sus piernas eran chuleadas, torneadas y gruesas, coronadas con un trasero redondo y digno de las mismas.
Unos ojos almendra, una boquita pequeña de labios carnosos. Sonrisa juguetona pero con brackets. Su ceceo al hablar, así como risitas de vez en cuando, le daban un dejo de ternura.
Nadie dudaría que una chica así era inocente, pero Viviana estaba lejos de serlo. Es de aquellas chicas que conocieron el sexo a una edad relativamente temprana, descubrieron el encanto de sus cuerpos y les gustó.
No se le conocía novio en la escuela, pero iba siempre por ella un chico mayor. Y luego otro. Y otro. Una vez un universitario. Otras veces incluso uno que tenía pinta de marino. Siempre más grandes, pero nunca por mucho.
Según Elizabeth fue Viviana quien cazó, esta vez, a Alejandro. No extrañaría que supiera de alguien lo que solía hacer con otras alumnas, que bajo la mesa y en los rincones se haya hablado de una o más aventuras. Así que le envió un mensaje. Por WhatsApp. Directo.
-Hola, profesor. Me gustaría platicar con usted.
-Dime, Vivi.
-Verá... me siento un poco incómoda.
-¿Conmigo? ¿En mi clase? ¿De qué hablas?
-No se haga, profe. Usted es bien obvio. Bien que le gusta verme las piernas.
-No sé de qué hablas. Pero si te incomoda que vea o algo, puedo tomar distancia.
-No, no es eso. Yo le escribí para otra cosa. Quería que me invitara un café. Se lo acepto.
-No sabes lo que dices. Te puedes meter en problemas.
-Usted también. Y bien que quiere. Dígame cuándo y yo jalo. Sin miedo.
Era claro que ella sabía el juego al que se estaba metiendo. No tenía miedo de ser la presa, de ceder el control. De dejarse disfrutar.
Mucha gente los vio juntos esa tarde. No eran melosos y, cuentan, parecían un tío y una sobrina. Amigos con diferencia de edad. Una charla agradable que no dejaba lugar a sospecha.
Sin embargo, Elizabeth sabe que a Viviana no le gusta ser indiscreta. Incluso con sus parejas es reservada en público. Ligeras caricias, besitos suaves. Sonrisitas, bromas. Pero es en la intimidad donde se deja ser. Donde se libera completamente.
En casa, en la escuela, Viviana es una princesa. Una dama que lo exige todo, que lo pide todo. Quien piensa que por existir merece tener lo que desee, desde una calificación hasta una oportunidad. Tiene razones, por supuesto, era una buena estudiante y no se deja.
Sin embargo, en la cama ella es lo opuesto. Elizabeth me cuenta que al descubrirlo fue incrédula. ¿Cómo una niña tan mimada y de carácter tan fuerte podría ser tan sumisa en la habitación? Es simple, tan pronto llegó a la recámara de Alejandro él marcó su territorio. Besó sus senos, remarcados por unas aureolas y pezones rosados. Los mordió, succionó. Subió entre ellos, llegando al cuello. Con una mordida en la yugular, leve, como un vampiro delicado. Lengua desde la base de la cabeza, recorriendo los tendones. Para, después, bajar de nuevo a devorar lo que había dentro de ese escote color negro, sin sostén.
Una falda de lápiz en cuadros, en una mezcla de atuendo para profesora y alumna de secundaria, cubría sensual lencería de encaje negro. Los ojos enmarcados por bonitos lentes de pasta dura, pero con forma elegante. Labial rosado lleno de ternura.
Y, así, entre besos dulces y venenosos, ella comenzó a arrodillarse. Primero puso, entre sus senos, el miembro ya erecto de su profesor. Después, comenzó a mamarlo despacio. Enfocando sólo en su glande. Y, luego, empezó a besar las piernas. Carecía totalmente de voluntad.
-¿Te gusta mi verga, princesa?
-Sí, mi amor. Está grandota y rica.
-¿La quieres adentro?
-Métame la verga, profe. Métame la verga.
La tomó del cuello y la levantó, casi por la fuerza. La colocó, casi a punto de arrojarla, frente a su escritorio. Ella inclinó su cabeza, levantó sus caderas, dejó al alcance la entrada de su vagina. La penetración fue inmediata.
-A...así, mi amor.
-Te gusta, ¿verdad?
-Mucho... meee... me partes, mi amor
El cabello rojizo, con rulos apenas marcados, era tomado por el maestro con una mano. Primero lo puso alrededor del cuello y, con el mechón restante, lo jaló. Una ligera sensación de asfixia y una total de sumisión invadieron el cuerpo de la joven, quien gemía fuertemente.
Las embestidas eran fuertes. Como si Alejandro quisiera lastimar a propósito. Como si fuera una tarea el dejar huella en su útero.
Sólo soltó su cabello para tomar sus caderas y , con nalgadas de por medio.
-Me... estás... violando.
-Te estoy tomando por la fuerza, porque me perteneces.
-Soy tuya, profe. Tuya. Viólame. Viola a tu alumnita.
Ella buscó la mirada de él, siempre, dejando claro quién mandaba. Hasta que se dejó caer sobre el escritorio y, con gemidos apenas perceptibles, se dejó venir en un orgasmo intenso pero callado.
Él la tomó de las manos, las cuales temblaban ligeramente. Al apartarla de su cuerpo, se sentó a la orilla de la cama.
Ella no tardó mucho en, a mitad de su orgasmo, arrodillarse a sus pies. En acariciar, besar y morder sus piernas mientras el profesor se masturbaba para elevar aún más su excitación.
-¿Quieres más?
-Sí, amor.
-Pídemelo entonces.
-Dame verga, mi vida. Dame verga, profe.
Ella se sentó sobre él, a la orilla de la cama. La penetración era profunda, mientras ambos se movían para hacerla aún más intensa. La boca y los senos estaban al alcance de los labios del profesor. Las nalgas y las piernas estaban a merced de sus brazos.
Viviana gemía despacio, pero rico. Con una voz de niña, retorciéndose de placer. Los ojos de la nena se ponían en blanco, con la mirada en el techo. De vez en vez Alejandro, normalmente embelesado en sus pechos, bajaba su rostro de la nube para devorarle la boca.
-Sígame partiendo, profe. Sígame partiendo, por favor.
-¿Te gusta cómo te cojo, mi vida?
-Sí, mi amor. Su vergota me encanta. Y ese cuerpo. Sus piernas están muy bonitas.
-Las tuyas son obras de arte, preciosa.
-Por eso siempre llevo falda en sus clases, para que se dé gusto.
-¿Qué más harías por mí?
-Ir sin calzones para que me coja así de rico...
Otro orgasmo se apoderó del cuerpo de la nena, quien clavó sus uñas en la espalda del profesor. En otro tiempo eso lo hubiera enfadado, pero ahora era un trofeo esa marca.
Viviana, con dos orgasmos encima, quedó sobre la cama. Casi sin respiración. Con el miembro aún a tope, Alejandro puso una pierna de la chica en cada uno de sus hombros y penetró sin piedad. Los gemidos suaves se convirtieron en casi gritos.
-No puedes escapar, mi amor. Eres mía.
-Soy... soy toda tuya. Sólo existo para ser... ser cogida por ti.
Ya sensible, un tercer orgasmo no tardó en llegar al cuerpo de la chica. Uno intenso, con el que gritó y se retorció en los brazos de su amante triunfante.
Él, victorioso, la puso de nuevo de rodillas. Se vino dentro de su boca, con ella degustando cada gota de leche.
Hasta el día de su caída, Alejandra y Viviana fueron amantes ocasionales. No se hablaban mucho, salvo cuando acordaban escapar.
Viviana estudia veterinaria. Niña dulce, con modos presuntuosos. Aunque algunos sabemos la sumisión que esconde.